RAUL ZAVALA
Al igual que todas mañanas, llegué hasta su casa y esta vez no encontré el aroma a café.
El silencio inundaba aquella estancia decorada con esmero y de pulcritud inapelable, aun así entré sin usar la alfombra. Dije su nombre en voz alta… una y otra vez mientras avanzaba por la sala. Nada, ninguna respuesta.
La sala, el comedor, la cocina, el baño, el patio y en ningún lugar estaba. En los cinco años que la conozco nunca salía de casa sin dejar un nota y el café preparado. Esta vez ninguno de los dos.
Un solo sitio faltaba revisar, al lugar de la casa al que nunca había sido invitado: su dormitorio.
Subí las escaleras y vi la única puerta, entreabierta, ausencia total de ruidos; la empujé y se abrió así mismo en silencio. Allí está ella, acostada sobre el piso, nada a su alrededor, con los brazos cruzados sobre el pecho. Tenía la pose que muestra las fotografías de las momias de Egipto.
Lo ojos cerrados y no se sentía su respiración.
– ¿Estás bien? Pregunté
No!! Me respondió casi sin mover los labios y sin abrir los ojos.– ¿Físico o
emocional? Dije casi al instante
El silencio volvió a reinar y supe quedarme callado para analizar esa respuesta. Respiré con fuerza e hice la siguiente pregunta:
¿Quieres tomar café?
– ¡No! Fue la respuesta
Casi de inmediato intervine.– Bien, si es que no te molesta, voy a preparar café. Ya sabes que es una costumbre que no la puedo dejar de un día para el otro. Nuevamente sus labios se movieron. Dijo: – “¡No!”Di media vuelta y bajé a la cocina. Busque el ánfora de porcelana decorada, de la que la vi sacar siempre el café molido. A mis espaldas estaba la cafetera eléctrica con la jarra de cristal transparente… limpia. Cumplí los procedimientos de estos casos y mientras
filtraba el café decidí fumar un cigarrillo.
Me arrimé sobre un anaquel, saqué la cajetilla y la fosforera del bolsillo de mi camisa, tomé uno de los cigarrillos y lo lleve hasta mis labios, lo prendí y tome la primera bocana de humo como si no lo hubiese hecho en años…solté el humo con fuerza, que coincidió con los primeros aromas a café provenientes de aquella cafetera.
Los olores se mezclaron. Ahora debía decidir qué hacer con ella. Terminé mi cigarrillo y ya estaba listo el café para beberlo.
Tomé un pequeño cenicero y lo guardé en el bolsillo trasero de mi pantalón. Por el asa de un jarro pasé mis dedos y con apoyo de mis manos levanté la cafetera y la lleve conmigo. Subí las escaleras y nuevamente llegué frente a ella.
Me incliné y deposité el jarro en el piso, dejé la cafetera junto a una pared con un enchufe cercano, la conecté.
Busqué en la cama la almohada y la puse en el piso casi cercana a ella. Aun lado estaban el cenicero, la cafetera, mis cigarrillos… faltaba algo. Bajé nuevamente a la cocina por el azúcar y una cuchara. Regrese al cuarto, me senté sobre la almohada.
Ya con todo lo necesario a mi alrededor empecé el ritual: me serví un jarro de café, el puse una cucharada pequeña de azúcar y lo mezclé casi sin hacer sonar… lo probé; satisfacción. Prendí otro cigarrillo y la miré de pies a cabeza. Bebí un trago y fumé. Las energías que necesitaba para empezar.
– Ya que estoy aquí y tú estás así, es un buen momento para saber sobre esta actitud tuya. Esta vez me debes una conversación por las tantas horas que siempre te presté oídos. No te pido que justifiques ánimo.
Abrió los ojos pero no me miró. Acerqué mi cigarrillo a sus labios y le dio una pitada, tragó el humo y lo soltó lentamente.
Sin decir nada de nada. Yo seguí tomando mi café.Casi como un susurro empezó a balbucear sonidos inentendibles. Volví a fumar y dejé que siguiera en ese arrebato. Había dado un buen paso. Cuando calló nuevamente puse el cigarrillo en sus labios.
– Por favor, podrías hablar con claridad. Creo que al menos eso me merezco.
Empezó a explicarme la situación, con tono mesurado y arrítmico, sin emociones, pero sin cambiar de posición del cuerpo. Sus palabras eran las justas. En cada silencio yo simplemente hacía alguna pregunta para darle pauta para que siga contando su historia.
Pasaron como 18 cigarrillos y bastantes tragos de café. Ella solo consentía que ponga un cigarrillo encendido en sus labios.
– ¿Hay algo más? Pregunté al sentir que su último silencio se prolongó– ¡No! Me levanté para estirar las piernas. Fui hacía la única ventana desde la que podía mirar la pared despintada de una vieja casa, de la que colgaban unos maceteros en los que apenas había tierra seca y unas matas entre marchitas y verdes. Al otro lado estaba la ciudad, con grades edificios que a la distancia parecían vacíos y en algunos grandes publicidades con rostros sonrientes. Trate de encontrar detalles sin importancia, como una manera de permitir que de mi mente se escaparan las confesiones escuchadas.
No sé si minutos o segundos, pero regresé junto a ella. Nuevamente la miré: seguía acostada e inmóvil. Mis ojos la recorrieron como para entender si todo lo comentado era una realidad, no había razones para no creer en sus palabras. Cinco años de largas conversaciones al son de café eran suficientes para saber que estaba en un gran problema y que la solución no era fácil.
Me volví a acomodar en la almohada, más cerca de ella y de adrede, mi rodilla se posó en su muslo.– ¿Tienes un plan B?
– ¡No! – Creo que hay un solo camino que se podría seguir en este caso ¿Podrás hacerlo tú misma?– ¡No! – ¿Tienes alguien más en quien confiar para que te ayude?– ¡No! – ¿Quieres que yo lo haga?– ¡Sí! Por favor. Eres el único que puede hacerlo con las mejores intenciones. Ya tengo todo listo para este momento. Prendí el penúltimo cigarrillo de mi cajetilla. Estaba llena cuando llegué. Ya no había café. Y estaba frente a la más compleja decisión de mi vida en que de por medio estaban los cinco años de nuestra gran y única amistad, y al otro extremo un futuro predecible. Me levanté y la dejé allí, acostada en el piso, con los brazos cruzados sobre su pecho y a su lado el jarro de café, la almohada, el cenicero con las colillas apagadas, la ventana abierta… salí de la casa y fui hasta mi auto. Del asiento derecho tomé una cajetilla de cigarrillos que la tenía de reserva y que nunca pensé que me serviría para este momento. Regresé a la habitación y todo seguí igual. Me senté junto a ella y volví a colocar mi rodilla en su muslo. En el trayecto tomé la decisión. No le fallaría a su único sí. Pase lo que pase y sabría afrontar las consecuencias.
Le saqué el cigarrillo de la boca. Y el mío lo tome entre mis dedos. Estiré mi pierna y levanté la basta de mi pantalón hasta mostrar la caña de mis botas de modelo español, del interior extraje una de los artículos que siempre me acompañaron y la razón de usar esas botas.
Al sacarla de su funda que estaba pegada a la caña de mi bota, pude verla y de seguro esta sería la última vez; de modelo florentino, de hoja recta, muy estrecha y brillante, de sección poligonal; sus defensas cortas y cruciformes. Al tomarla en mi mano sentí los grabados del mango.
Cerré mis ojos y calculé el espacio entre la cuarta y quinta costilla, entre la costillas y el corazón, datos necesarios acordes con la contextura de ella y considerando la posición de sus brazos. Ella no se movería para darme facilidades.
Abrí mis ojos y volví a poner el cigarrillo en sus labios. Y yo fumé del mío.
Mientras mi rodilla aprisionaba su muslo, prendí dos cigarrillos, puse uno en los labios de ella y el otro en los míos.
– Está decidido, lo haré yo pase lo que pase. Es lo único que puedo hacer en nombre de nuestras largas conversaciones, de nuestra amistad y de nuestras vidas. Luego veré como me las arreglo.
Nuevamente la contemplé al detalle y esta vez me detuve en su pecho. La casi trasparente camiseta blanca permitía identificar el tipo de brasier que usaba, por tanto debía ser preciso para lograr mi objetivo. Ya lo había hecho por otras razones pero nunca como un pedido expreso.
Quiero que te prepares. Estoy listo y lo haré de una sola vez, de un único golpe. Sentirás el dolor pero no durará mucho. Tendrás unos segundos más y luego ya nada.
Vi como chupaba el cigarrillo, pero sin moverse, lo retiré de sus labios y no vi que soltará el humo; lo deje en el cenicero casi a punto de acabarse y yo apague el mío. Pero volví a prender otro y lo dejé en el cenicero, luego lo necesitaría.
Mi mano derecha aprisionó con fuerza el mango de la daga y un destello me llegó a los ojos, al reflejarse en su hoja la luz solar; para mí fue una señal y de un solo movimiento, fuerte y sistemático, sin violencia pero bien calculado, la sepulté hasta que sentí que las defensas toparon su piel; hice un leve movimiento giratorio y la dejé allí, entre sus carnes mientras un leve hilo de sangre marcaba la camiseta blanca.
Ella suspiro y soltó el humo del cigarrillo que lo tenía entre sus pulmones, yo esperaba que mi acción haya sido efectiva y eficiente.
De sus ojos cerrados apenas rodó una lágrima y en seguida los abrió. Me miró y la vi sonreír por unos instantes. Su boca se entreabrió.
– ¡¡Gracias!! Fue lo último que dijo y su cuello cedió, su cabeza cayo hacia un lado, y fue cuando supe que había hecho bien mis cálculos. A pesar de todo, la experiencia en estos casos también servía.
Tomé el cigarrillo y lo fumé, me levanté y fui hasta la ventana, la mirada se me perdió a la distancia hasta que se acabó el cigarrillo. Lo arrojé con fuerza hacia el infinito
Regresé y la volví a mirar. Al jarro, al cenicero y a la almohada junto a ella, ahora le acompañaba un pequeño charco de sangre. Tomé la cafetera y la bajé hasta la cocina, preparé nuevo café y prendí un nuevo cigarrillo. El aroma volvió a inundar la cocina, me acerqué al teléfono he hice un par de llamadas.
En otro jarro preparé el último trago de café antes de la llegada o de la mbulancia o de la policía o de mi amiga abogada.Solo era cuestión de hacer tiempo. Esperé con café y cigarrillo en mis manos.
El proceso se cumplió y tengo unas horas antes de escuchar mi sentencia. Mi encierro de estos tres últimos meses es el mejor lugar para escribir esta historia; de seguro tendré algunos años más para contar porqué decidí ayudar a mi amiga al aceptar su último “sí”