domingo, 10 de julio de 2011

MI SEGUNDA CITA CON ANDREA

Mi segunda cita con Andrea

RAUL ZAVALA

HOY ME LE ROBE ESTE CUENTO A MI AMIGO ZAVALA Y ME TOME EL ATREVIMIENTO DE CONTAR LA HISTORIA CON FOTOS QUE BAJE EL INTERNET.....ESPERO LO DISFRUTEN TANTO COMO YO..


Mi segunda cita con Andrea





Tuvo que pasar algún tiempo para que pudiera escribir el significado de mi segunda cita con Andrea, para tener la suficiente capacidad de descripción sobre los momentos que nos conocimos y pactamos volver a vernos.


La primera vez que Andrea y yo estuvimos juntos fue más por coincidencia en el banco de un parque, bajo la sombra de un gran árbol y el calor típico en una ciudad puerto; fue medio día y una botella de algún refresco.



Y como siempre, debía esperar ir a una reunión; encontré el banco con su respectiva sombra. Me senté, me refresque por unos instantes, miré el reloj y vi que aun faltaba mucho tiempo para llegar al lugar de la reunión. Saqué mi libro, prendí un cigarrillo y a leer una novela periodística.

Habré avanzado unas cinco páginas cuando de reojo vi que alguien quería sentarse en el mismo banco -igual había espacio suficiente- así que me retiré un poco y moví la botella de refresco. Quien se sentó a mi lado fue una bella mujer, muy agraciada, entre los 27 y 30 años; de su cuerpo fluía un extraño aroma que me desconcentró; no usaba ropa despampanante, apenas un pantalón de corte simple pero que reflejaban sus curvas y una blusa sencilla, sin escote y con mangas, pero semitransparente que permitía entender su seductor brasiere.

No pude dejar de mirarla por unos segundos y ella correspondió esa mirada. Antes de regresar a mi lectura, sentí una leve sonrisa, una sonrisa de saludo agradable. Igual hice yo. No fue por mucho tiempo.


–¿Qué lee? Me dijo con un tono de voz seco pero muy atractivo. La regresé a mirar.

–Es la historia de un periodista que escribía obituarios y que decidió redactar el último antes de suicidarse; se titula “Recuso extremo”. Contesté mostrándole mis ganas de conocerla y la portada del libro.

Volví mis ojos a mi lectura pero sin poder concentrarme, realmente quería seguir conversando con aquella hermosa extraña. No tuve que esperar mucho porque ella se acercó y me pidió que le explicara más sobre la novela que yo estaba leyendo.

Su aroma fue más intenso y mi nerviosismo más evidente. Tragué saliva y hablé.

– Es un periodista que cuando estaba por suicidarse le llaman para que escriba un obituario de un hombre que aun no había fallecido, por una extraña razón decide aceptar ese último trabajo; termina involucrándose en un asesinato y se convierte en un fugitivo…

– ¿Cómo es eso de obituario? Me preguntó cortando mi relato


–Es la reseña de una persona para contar su historia de vida, sus logros y fracasos, para informar al público quien fue el fallecido… Nuevamente me interrumpió

– ¿Y cómo es que se quería suicidar ese periodista?

−Con una pistola. Pegarse un tiro en la sien. El tipo estaba recontra deprimido porque no podía aceptar la jubilación…


Otra interrupción. Claro que me gustaban esas interrupciones, me obligaba a mirarla a los ojos. El color de sus pupilas era de una tonalidad muy baja de café y se podía apreciar que había llorado mucho, pero que no le quitaban su atractivo. Podía, además sentir su aroma con más placer y ella parecía que lo sabía. Ahora se encontraba tan junto a mí que podía sentir sus caderas pegadas a las mías.


−Debe ser terrible dispararse en la cabeza. Yo no sé si me atrevería.

−La verdad es que ese asunto de suicidios es muy interesante y mucho para conversar. Le dije sin pensarlo dos veces y esperando que me interrumpiera; no lo hizo, solamente sentí su mirada directa a mis ojos y el mensaje que siguiera hablando.



Le expliqué que el suicidio era una opción de vida y que generalmente es provocado cuando en nuestra mente y alma, algún “botón” se acciona y hace que decidamos ya no seguir sobre este planeta; que la decisión es muy simple: o sí o no, no hay intermedios. El problema del suicido es el cómo hacerlo y para ello hay marcadas diferencias entre como se suicidan las mujeres y como lo hacen los hombres.

−¿Eres sicólogo? Me preguntó

Fue mi oportunidad maravillosa que no la desaprovecharía

−No, no soy sicólogo. Soy Alejandro a las órdenes.
−Disculpa que no me haya presentado. Soy Andrea y espero que no te esté interrumpiendo.

−Para nada, más bien es un gusto y gracias.


Hicimos un silencio por unos instantes, lo que aproveché para mirar sus labios. Se notaban suaves y carnosos, naturales, apenas con un brillo que los hacía sensuales. Realmente una mujer muy atractiva, tanto que pensé no ir al compromiso que tenía si ella quería seguir conversando.


−Me gustó la parte del cómo hacerlo, hablo del suicidio. Me dijo Andrea rompiendo ese corto silencio de identificación.

−¿Sabes porque es la parte más difícil? Porque nadie nos enseña ni enseñará cómo hacerlo, porque al ser el suicido el último acto que haremos en nuestra vida, debe ser perfecto, sin importar prejuicios sociales, de asuntos legales y remordimientos religiosos.

Andrea me miró, pero no estaba extrañada de escuchar mis palabras; más bien la noté bastante interesada.

−¿Has intentado algún rato suicidarte? Me preguntó sin reprimirse

Dejé de mirarla y bajé la mirada, suspiré con fuerza.

−Pues sí Andrea. Una vez lo intenté y me quedó una gran experiencia, por eso te cuento la parte más complicada.
−¿Qué te falló?

−Bastantes cosas. Largo de contar y explicar. No creo que te interese mucho.

−No tengo nada que hacer, por eso salí a caminar y tratar de distraer mi mente.

−Debe ser algo fuerte lo que tienes, tienes los ojos como si hubieras llorado mucho. ¿Te pasó algo?

−No importa, ya luego te contaré.

En esta corta conversación algo pasó, pues nuestras palabras fueron de mayor confianza, como que ya hubiésemos sido conocidos. Sentía la cercanía de Andrea, no solo la física sino también la emocional. Al parecer ella también sentía lo mismo, pues en ningún momento intentó separarse o dar más espacio entre nuestros cuerpos.


Supe en ese momento que tenía que tomar una decisión sobre quedarme con ella o despedirme e ir a la reunión que tenía. Miré el reloj, tenía el tiempo justo para no llegar atrasado, así que me pregunté “¿Qué puede pasar sin no voy a esa reunión?” y yo mismo me respondí “nada, no pasa nada ni pasará nada”. Ahora cómo saber si es que Andrea quería seguir conversando conmigo, si le gustaba estar en mi compañía. Solo había una manera de saberlo.

−Si no tienes nada que hacer de pronto nos vamos a tomar un café y seguimos conversando.

−Me gusta, te acepto un café. ¿Conoces algún lugar por acá?



−Sí, hay una cafetería como a dos cuadras, además es al aire libre y se puede fumar con tranquilidad. Nada como una conversación, un café y un cigarrillo.

Andrea sonrió en cuanto terminé de hablar con una mirada de complicidad. Se levantó del banco, yo primero guardé mi libro y la seguí. Ya parado al verla de pies a cabeza, supe que había tomado la mejor opción; tenía el porte adecuado y su anatomía parecía estar muy bien distribuida. Cerré por instantes los ojos para concentrarme, no quería que me descubriera que la miraba tratando de grabar en mi mente cada detalle de su cuerpo.

Empecé a caminar y ella se colocó a mi lado derecho. Lo que pasó ese rato paralizó mi corazón, mis sentidos; me sentí aturdido sin saber cómo reaccionar, sin saber qué pensar sobre lo ocurrido.

Cuando Andrea empezó a caminar a mi lado, sin ninguna señal metió su brazo por debajo del mío y aferró su mano en mi antebrazo; opté por apretar mi brazo hacia mi costado. Seguimos caminando sin decir nada por unos instantes, hasta que ella nuevamente rompió el silencio.

−Es bueno saber que puedo conversar de un tema que me tiene mal y que no te asuste.

−No tiene porque asustarme… creo que todos alguna vez lo hemos pensado. En realidad es uno de los temas que creo podríamos conversar; por ejemplo tengo la duda del por qué has llorado…

−Ja ja ja ya sabía que algún rato me preguntarías otra vez sobre mi llanto, pero no es el momento para contártelo; tal vez algún día.

Seguimos caminando y empezamos a conversar más bien de la ciudad, del calor, algo de política; era una conversación de relleno hasta llegar a la cafetería. Miradas que nos cruzábamos y sentía el cuerpo de Andrea pegado al mío, tanto que el ritmo de sus caderas se trasmitía a las mías directamente.

Llegamos a la cafetería y buscamos una mesa libre, la vimos y allí nos acomodamos. Llegó una mesera y pedimos solamente dos tazas de café americano y un cenicero; puse la cajetilla y mi encendedor sobre la mesa. No esperamos mucho y nuestro pedido fue atendido; endulzamos nuestros respectivos cafés en silencio, Andrea con mirada perdida en el azúcar y yo mirando como sus manos bien cuidadas jugueteaban con la cuchara y la taza. Yo más práctico y rápido para ese ritual.

Levanté la taza y apure mi primer trago de café para degustarlo; no había problema y procedí a tomar mi cajetilla, la abrí y la extendí hasta la vista de Andrea, ella alzó sus ojos, me brindo una leve sonrisa y tomó un cigarrillo, yo hice lo propio y encendí el de ella primero y luego el mío. Nos miramos como esperando cada uno que el otro empiece a hablar; como siempre fue ella la que tomó la iniciativa.

−¿Sabes por qué te acepté tomar un café?

−Pues, querías conversar, de pronto no tenías con quien hacerlo ese momento; tal vez una forma de desahogo emocional. Creo…

−No, nada de eso. Porque cuando me contaste lo que estabas leyendo y luego me dijiste que en algún momento quisiste suicidarte, pensé que eras la persona adecuada. Por eso estoy sentada acá. Quiero que me cuentes cada detalle; quiero que me digas que aprendiste de no haberlo hecho. Por eso y solamente por eso estoy aquí.

Llevó su cigarrillo a la boca, lo fumó con delicadeza y soltó el humo muy despacio; sus labios no se contrajeron ni forzaron ningún gesto, simplemente se mantuvieron firmes. Miró el cenicero y allí depositó el cigarrillo. Me alzó a ver y la miré.

−Crees tu que voy a tener este tipo de conversación contigo en este momento, cuando puedo aprovechar para conocerte más, para saber de ti, de tus gustos y, claro, las razones por las que has llorado.

−Ja ja ja No señor, jaja ya te dije mis razones, que tu tengas las tuyas es otra cosa. Pero podemos ponernos de acuerdo, podemos negociarlo. Por cierto, lo del llanto no entra en esto.

−Está bien, por ahora no preguntaré sobre tu llanto; pero no es tema olvidado, algún rato deberás decírmelo. Ok?

−Ok. No hay problema. Y ahora dime como empezó tu deseo de suicidarte.

Recomencé a relatarle las razones por las que, en algún momento de mi vida, había decidido suicidarme; a cada parte Andrea me interrumpía y me hacía preguntas, indagaba más y yo aprovechaba para pedirle sus opiniones…

Durante más de 4 horas, tal vez unos 6 cafés cada uno, unos bocadillos y una cajetilla de cigarrillos, es que mi historia terminó. Ya había anochecido y una ventisca suave nos refrescaba. Andrea ya no estaba alejada de mí, estaba junto a mí. No se cómo pero nuestras manos habían aprendido a tomarse y nuestros dedos a entrelazarse.

Y así como llegó a sentarse a mi lado en el banco de aquel parque, me dijo que hora de irse. Lo lamenté muchísimo, pedí la cuenta, la pagué y nos levantamos. Caminamos unos metros y ella se detuvo, se paró frente a mi, sus brazos se extendieron y me abrazo por el cuello, atrajo mi cabeza hacia la suya y sus labios buscaron los míos. No opuse resistencia, lo deseaba y me dejé llevar.

No se si fue largo o corto el beso, pero sí puedo decir que sentí cada milímetro de sus labios y su suavidad. No fue un beso apasionado con fuerza, sino de aquellos que permiten trasmitir todo tipo de sensaciones, en que el tiempo no es importante. Nuestros cuerpos también se juntaron cuando yo la abracé por la cintura y la atraje hacia la mía con suavidad y ella también se dejó llevar.

Nuestros labios se separaron y yo me sentía flotar, me sentía fuerte. Andrea simplemente me miro, sus manos se posaron en mi mejilla y como siempre reinició la conversación.

−No me digas ni me preguntes nada. Yo debo irme.

−Quiero volver a verte.
−Tal vez. Tengo que pensarlo, necesito pensarlo.

−Te llamo, me llamas, me escribes… de alguna manera tengo que saber cuándo volvemos a vernos. No tengo tu número de teléfono.

−Tranquilo, no tendrás cómo localizarme ni yo quiero saber cómo localizarte. Pero si vamos a tener una nueva cita. ¿Confías en mi?

−Creo que no tengo otra opción, eres determinante. Ya lo has decidido y no tengo argumentos para hacerte cambiar de opinión. De acuerdo, confío en ti.

−En ese caso, en tres días, nos veremos en la misma banca en que nos conocimos. Como a las 10 de la mañana. Si no llegas ya nunca más sabrás nada de mi. Si ese día estas en el lugar de la cita, entonces conocerás todo sobre quien soy y por qué lloré. Sabrás dónde visitarme. O aceptas o aquí no ha pasado nada.

−Muy bien. Lo acepto.

Nuevamente se me acercó, me besó con la misma ternura y yo le correspondí. No podía pensar en nada más; en ese momento perdí toda mi capacidad de razonamiento. Ella terminó el beso, nos miramos por unos instantes sin decirnos nada, pero con nuestros cuerpos juntos.

Intempestivamente se separó, miró hacia la calle y alzó la mano, justo un taxi pasó por el lugar y ella lo hizo parar.

−Recuerda, en tres días a las 10 de la mañana en la misma banca que nos conocimos.

−Andrea, tenemos una cita.

−Alejandro, tenemos una cita.

Se subió en la parte posterior del taxi, cerró la puerta, me sonrió tras la ventanilla y vi como se alejaba. Prendí un cigarrillo y recién empecé a meditar sobre lo que había ocurrido, sobre lo que Andrea me había propuesto. Acabé mi cigarrillo mientras permanecí de pie aun sintiendo su roma y los besos de Andrea; su cintura y su caminar aun estaban en mi mente y sentidos.

Igual ya el asunto estaba dado y no tenía más opción que esperar que el plazo se cumpliera para volver a reunirme con Andrea. Esa noche terminó así simple.

Al tercer día llegue 10 minutos antes de la hora pactada para nuestro encuentro. Quería y necesitaba sentir otra vez la mirada de de Andrea, por puro capricho oler su perfume que lo tenía impregnado en mi ser.

Llegó la hora indicada: 10h00; mis ojos miraban de lado a lado para encontrar la figura que tanto me sedujo. 10h10 y no la veía acercarse y lo supe por que miraba el reloj constantemente; pudo haber pasado uno o dos minutos más, cuando se me acercó una señora.


−Buenos días, disculpe. ¿Es Usted Alejandro, el amigo de Andrea?

La miré extrañado, supe ese rato que Andrea no quiso o desistió de nuestra primera cita.

−Sí, soy yo. A las órdenes.

−Andrea me pidió que por favor le entregue esto.

Extendió la mano y me dio un sobre con un periódico. Los recibí con algo de recelo. Quise preguntar por Andrea pero no me dio tiempo. Se despidió y se fue, seguí a la señora y le pregunté sobre Andrea.

−La verdad que no se nada, solo me dijo que le trajera esos papeles.

−Usted debe saber cómo encuentro a Andrea

−No señor, nos conocimos mientras hacíamos fila para un trámite, ella conversó conmigo, me cayó bien; me pareció buena muchacha. Me pidió el favor y como no vi nada malo, pues eso hice, le entregue esos papeles a Usted y no se más. Disculpe usted pero debo irme.

Me quedé intrigado. La única opción que tenía era leer los documentos. Fui hasta el lugar que pudo ser del reencuentro, de nuestra primera cita con Andrea, su aroma, su mirada y su cuerpo. Tomé asiento, prendí un cigarrillo y dejé a un lado el periódico que me habían entregado, abrí el sobre y saqué una carta.


“Querido Alejandro
Tal como habíamos quedado he cumplido con llegar a nuestra primera cita, tal vez no como hubieses imaginado…”

Una carta firmada por Andrea (sin apellido) de casi tres carillas escritas a mano y en cada párrafo me contaba las razones de su llanto, los motivos profundos por lo que se quedó conversando conmigo y los detalles que había explicado; me decía también lo que sintió cuando nos besamos y sintió mi cuerpo.

Al final de la carta me decía: “Me gustó lo que sentí pero nos conocimos tarde”

Dejé la carta a un lado, prendí otro cigarrillo y tomé el periódico; allí estaba una nota de crónica roja que informaba sobre el suicidio de Andrea y que en el lugar se había encontrado una nota que decía “Quizás un día alguien escriba mi obituario”.


Me quedé viendo la foto en vida de Andrea. Me levanté de la banca de nuestro primer encuentro y primera cita. Supe que me pidió un favor. También entendí en dónde sería mi segunda cita con Andrea.


INCONCIENCIA



Tomar conciencia de la inconciencia es como besar sin labios, al principio sientes como un vacío que parece que nunca vas a poder llenar, pero poco a poco te das cuenta de que ese es el primer paso para acercarte a la piel del alma, para trascender más allá de la simple apariencia en la que solemos estar inmersos.
Hoy me siento con la fuerza necesaria, para tomar conciencia de mi inconciencia, para desactivar algún que otro automatismo, para acercarme a tu piel sin necesidad de tocarte con la mía.
Hoy me apetece compartir un beso contigo, con tus pensamientos, como el alma que camina hacía la luz, sin importarle la distancia del camino, hoy te beso más allá de la piel de tus labios, hoy me beso con tus manos, con tu espíritu y mis besos se funden conmigo para ti.
Brisa Urbana

POEMA DE OTROS LOCOS

UNA TARDE CON EL SEÑOR JACK DANIELS


Tengo mi sillón preferido
Justo frente a la ventana.
Me gusta ver que hay una especie de vida afuera
Aunque no pertenezco a ella.
La tarde esta cayendo
El sol se mete
A través de las sucias cortinas.
El señor jack daniels esta a mi derecha
Es lo mas parecido a un amigo
El teléfono esta descolgado,
La luz esta apagada,
Hace calor, asi que estoy solo en calzoncillos.
El señor jack daniels huele bien
Conserva la fragancia que dan los años.
Los ruidos de los coches, las risas, las voces
Todo se filtra y me llega diluido,
Gracias a el
y al cristal que me separa,
de la locura que se vive en las calles.
el señor jack daniels sonríe
no hablamos nada, no decimos nada
pero estamos juntos
pasándola bien.
Estoy en mi sillón preferido
La casa esta sola
El señor jack daniels esta conmigo.
La tarde esta muriendo
Sonrio.
Le guiño un ojo al señor jack daniels
Lo consumo.
Me siento tan bien
Tan tranquilo
La soledad no me sirve acompañado